El tiempo discurría entre corredores. Su velocidad era tal
que ”la mujer “ dejaba de tener una
percepción certera de su paso. A veces la corriente de aire que provocaba, le
refrescaba solo el hemisferio derecho.
Se
despertaba
la sabiduría
de las
entrañas,
que se
revolvían
sacudiendo
malestares.
Una hoja de ginko
vista a trasluz, le permitió ver
al fondo del pasillo una figura. Tenía
vestigios de humildad, que no eran más que una tapadera. Con sigilo abría y
cerraba una puerta que controlaba la velocidad del tiempo. Vestía traje de
víctima.
Fotografía de Cesar San Millán |
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