Rapsodeando a Gavrí Akhenazi "Estampa de navidad"
La tristeza me sigue como un perro delgado que ha dejado de lado el hambre y luce sus costillas como una red donde sólo puede atesorar los miedos.
La tristeza –si me desnudo– es
en mí ese costillar seco que emerge como una caja de fósiles a través de la piel.

Angélica me dice que desde Somalia
a hoy me he vuelto todo hueso y todo secarral. "Eras humano cuando te conocí",
murmura aún, "eras apasionadamente humano".
En Somalia, sin embargo decía
cuando me veía actuar: “eres un demonio, Dios mío, eres un demonio”.
Ella ha madurado. Ha dejado de
ser aquella joven médica que nació para salvar al mundo y se conforma ahora con
salvar lo que puede o lo que las circunstancias le permiten salvar. Es siempre
poco y nada, como me pasa a mí, sólo que yo lo supe antes que Angélica.
No coincidíamos en un mismo
horror desde el 2011 y llegamos al 2015 con esta actitud gastada y tumefacta en
que nos miramos desde el conocimiento robusto de la pena.
Ella está mucho más agobiada y
descreída. Yo mucho más enfermo.
¿Cómo festeja la Navidad
cristiana un niño refugiado cuya familia lo ha perdido todo, incluso, a la
mayoría de sus miembros?
Mientras caminamos entre la
multitud de humanos sin hogar es la pregunta que ambos nos hacemos, creo que porque
hemos perdido nuestra fe.
Los niños a su vez se preguntan
dónde les dejarán sus regalos si ellos ya no tienen casa. Cómo los hallarán
para dejarles sus regalos, si tampoco tienen vecinos porque todos han huido o
han muerto y nadie tiene nada ni nadie sabe nada de los demás que también han
huido o han muerto.
Ángelica les pregunta a algunos
¿y qué quieres que te traiga el Niño Dios?
Yo traduzco despacio las
respuestas: regresar a mi casa; encontrar a mi madre; algo de comer; una cobija;
que termine la guerra.
Os dejo el enlace a su blog, que realmente, merece la pena
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