Los aniversarios son para
recuerdo público. Por eso nunca me preocupé en ponerle fecha al primer intento
de escritura. Vaya a saber dónde está esa servilleta de bar, que curiosamente
me decía ¡ongi etorri! …bienvenida… Es que la escritura me estaba esperando?
No sé qué día fue cuando el
corazón apretó tanto, que tuve que salpicar palabras sobre el papel. Fue un
imperativo abestiado y agrio que sirvió de remedio. Dos líneas poderosas que ni
bien se plasmaron me dejaron suspirar. Y pude acurrucarme en mí para escuchar
todo lo que tenía para decirme/te.
Escribir era como estar a solas,
sin tiempo, dejando que las palabras se deslizaran como lo hace el agua en el ritual del baño. A veces con
perfume a lavandas y otras con aromas mas ásperos y amargos de ajenjo y jengibre
, que curiosamente al escribirlos se transformaban en bálsamo.
Con el mundo acotado en una tina,
bajé hasta mis pies para empezar a limpiarme. Escribí entre mis dedos luego de
sacar con esmero la suciedad que tenían las uñas. Otra vez suspiré mientras
seguía desterrando los tatuajes que la ira contenida había dejado hasta en las ingles.
Escribo por mi culpa…por tu
culpa…por placer…por dolor…por orgasmo…por el sueño…por la vigilia…por las
curvas…por las rectas…por el hielo que quema …por el fuego que enfría…
Por cobardía aparente, estoy a la espera de que este impulso que
tengo, me permita sacar un pie de la tina para reconocer la inmensidad del
mundo más allá de los límites que yo misma me he impuesto. Mientras tanto, aquí
me quedo en la penumbra de mi cuarto usando a la “v” o a la “Z” que están en la parada, esperando al
colectivo de las vocales.
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